#SADA, memoria, orgullo, futuro.
Proyecto desarrollado en colaboración con Sancho Rodriguez y Xabier Apestegui en el contexto del proyecto LANDARTE 2020 del departamento de Cultura de Gobierno de Navarra en la localidad de Sada, en Navarra.
SADA, paisaje, paraje y paisanaje.
Ana Sagüés
Bajo mi punto de vista lo que distingue a una comarca vitivinícola de otra, es el paisanaje. Las personas que a lo largo de la historia han perpetrado una actividad económica a partir del cultivo de la vid hasta la actualidad.
Podría comenzar este relato explicando que mi pueblo está dotado de unas condiciones ecológicas y una suerte de microclima excepcional con cepas por supuesto, únicas y genuinas. Pero esto…, se podría decir de otras muchas comarcas o zonas de producción.
En la actualidad el viñedo de la Baja Montaña constituye el límite septentrional del cultivo del de la vid, lo que le otorga una situación geográfica especial. Además de factores puramente naturales o ecológicos, se pueden aducir otros elementos, como los históricos, económicos o sociales, que explican cómo municipios como Sada y Ayesa muestran una estabilidad en su vocación vitícola a lo largo del tiempo, con una importante densidad de cultivo de viña. Todos estos factores se integran y se justifican en el plano de la economía rural, y han propiciado una evolución hacia la especialización en el cultivo de la vid.
Considerando los factores históricos, nos encontramos con citas explicitas que nos dan idea de la importancia que la viña y el vino ha tenido en nuestra localidad. En 1620, el alcalde de Sada fue capaz de dictar precisas órdenes y normas que regularan la fecha exacta de comienzo de la vendimia para cada una de las variedades que en aquel entonces en el término se cultivaban “…antes que comiencen a vendimiar los jurados hagan visitas a la uva si esta para vendemar, sazonada o no y hecha la dicha visita los dichos jurados hagan pregonar para que se vendimie el Berués en su tiempo y la Mazuela en el suyo, y que ninguno pueda comenzar a vendemar sin que primero se pregone y se de licencia” (Vid doc. Nº1)
Siglo y medio después, en 1760, se registra una sentencia del tribunal eclesiástico relativo al diezmo que la parroquia de Sada debe pagar al convento del Real Monasterio de Nuestra señora de la Blanca, de la villa de Marcilla, del cual dependía la parroquia del municipio. El convento pleitea contra dicho pueblo porque dice que el diezmo de vino se lo da de uva Mazuela y de otras variedades inferiores y reclama sea pagado con vinos de superior calidad” (Vid doc. Nº2)
La historia continúa con un agricultor cualquiera de la localidad, el cual, a mitades del siglo XIX advierte y relata a sus paisanos como al inicio de la floración, en sus viñas de Mazuela situadas en el paraje de Aboroquia, las uvas se están llenando de un polvillo plomizo que está destruyendo irremediablemente la cosecha”. (Aparición de la enfermedad americana del Oidio, más conocida ene le entorno local como plomo o cenicilla)
Estos mismos viticultores son los que en torno a 1880, observan atónitos como multitud de comerciantes de vino se acercan hasta el pueblo a pujar por el vino que tan buena venta tiene en el país vecino. Tal como titulaba un periódico local por aquel entonces: “Cuando las viñas podían cavarse con azadas de plata”. (Vid. Diario de la Ribera, 27 de diciembre de 1880)
Al comienzo del siglo XX la crisis económica y social tiene una importante repercusión en las pequeñas explotaciones, con precios agrícolas por los suelos y los vinos sin poder salir de las bodegas, y que además va a coincidir temporalmente con la crisis filoxérica. El devastador pulgón va a obligar a la reconstitución del viñedo mediante la plantación con americanas. Este sobresfuerzo económico y personal va a ser afrontado por el viticultor con resignación ante la esperanza de un futuro más prometedor. La depresión económica ocasionada por la filoxera fue subsanándose gradualmente apostando por la elaboración de tintos en base a una variedad, la Garnacha que va a reinar como varietal hasta la actualidad y que, en los piedemontes de la Baja Montaña, produce vinos estructurados con acidez fija equilibrada y un frescor genuino.
Entorno a mitad del siglo XX, tímidamente al principio, comienza la elaboración de claretes o rosados obtenidos mediante la inmediata o muy próxima separación de hollejos, hasta constituir el típico vino rojo frambuesa, más o menos azulado. Estos vinos rosados francos, muy agradables al paladar se van a imponer de modo gradual en los mercados. (1954. Vinos Navarros de 1954-1955. Apolinar Azanza Azcona)
Para entonces, ya en el año 1939, los viticultores de Sada y Ayesa habían emprendido, en buena armonía, la construcción de la Bodega Cooperativa en honor al patrón San Francisco Javier. Está aglutinó la producción de la totalidad de los viticultores, y supuso un revulsivo a la plantación de nuevas viñas que llevo a la especialización vitícola de la localidad. A partir de ese momento la Bodega de Sada emprendió una nueva etapa en la que el objetivo principal era mejorar la elaboración de vinos. Pero otro fin, no menos importante, fue el de garantizar la sostenibilidad social de una localidad eminentemente agrícola.
Es cuando menos curioso, como términos como el de sostenibilidad, tanto medioambiental, social, como económica, con vigencia absoluta en pleno 2020, ya fueron abordados por aquellos que constituyeron la Bodega de Sada ochenta años atrás.
Los puntuales sucesos que he relatado, en el breve recorrido de 400 años, nos explican cómo algunos aspectos en el quehacer de la viña y de la elaboración del vino de Sada, con el pasar del tiempo, se han ido modificando. Se han variado los métodos de elaboración, desde los antiguos lagares a los tinos de cemento y la crianza con barricas de madera. Se han modificado las variedades, y los patrones de comercialización. Pero son dos aspectos fundamentales los que se presentan invariables y que van a determinar el carácter de esta comarca vitícola. Estos son, por una parte, los parajes, los terrazgos o cerrados de viña, que permaneciendo estables a lo largo de los años, han infundido carácter a la producción vitícola, dando forma al paisaje local. Y el segundo aspecto, de no menor transcendencia, es el paisanaje. Esa suerte de agricultores, que constituyen verdaderas generaciones de viticultores que con su esfuerzo han conseguido convertir la vitivinicultura en una actividad económica capaz de dar prosperidad a su entorno más próximo. Sin duda, los viticultores son los verdaderos protagonistas, y ellos son los que propician, que una comarca vitícola cualquiera se pueda adjetivar como tradicional.
Ellos han sido capaces de generar placer y satisfacción a partir de la elaboración de vino. Esto es motivo más que suficiente para estar orgullosos del trabajo realizado. Pero también es necesario transmitir como una actividad tan íntimamente ligada a la naturaleza, al entorno rural donde vivimos, y que surge del esfuerzo de las gentes de nuestra comarca, tiene que ser capaz de perpetuarse al menos otros 400 años más.
No quiero pasar por alto la primera lección de marketing que nos proporcionó un genuino personaje de nuestro pueblo, Domingo Berrade, de Casa Muchíl, quien ya en 1950 escribió esta canción:
“Bebiendo vino de Sada, voy corriendo el mundo entero, en busca de mis amores hasta encontrar lo que quiero”
¡Tabernero... vino de Sada, o nada!”
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